Lorena Leiva y Eduardo Pedraza son una pareja de salteños que en un determinado momento de sus vidas comprendieron que disfrutaban mucho viajar, pero el tiempo de las vacaciones no era suficiente, por lo que tomaron la decisión de remozar y adecuar un colectivo al que bautizaron Quirquincho e iniciar un viaje sin fecha de retorno.
“Cuando entendimos que nos gustaba vivir viajando pero que no contábamos con los recursos necesarios, empezamos a dar forma a la idea de empezar la aventura de convertir un ómnibus en nuestra casa rodante y empezar nuestra gira”, contó Eduardo a Quintaesencia, que los encontró en el parque Mitre donde permanecieron un par de semanas durante el mes de julio.
En esta etapa, ya tienen otras en su haber, decidieron viajar con rumbo al nordeste del país y así llegaron hasta Formosa y ya que estaban allí, decidieron cruzaron la frontera y fueron a Paraguay, donde visitaron las ciudades de Asunción y Ciudad del Este. Después, llegaron hasta las Cataratas del Iguazú e iniciaron su paso por el vecino país carioca. Fueron hasta las playas de Torres y pasaron por otras ciudades brasileñas como Porto Alegre y Uruguayana. Desde allí, hicieron su reingreso al país por Paso de los Libres, pasando por Mercedes, Empedrado, Paso de la Patria y Capital.
Lorena es ama de casa y Eduardo es albañil y constructor rústico, “asi que los trabajos que me van surgiendo en las distintas ciudades que visitamos, también nos sirven para seguir viajando, a lo que sumamos las artesanías y demás que vamos vendiendo por el camino”, comenta el padre de familia.
La pareja tiene 6 hijos, el mayor de 21 años vive en Mallorca, España. Los otros 5, Irene de 3 años; Sol de 8; Sofía de 11; Manuel de 14 y Marieta de 16, viajan con ellos. “Todos los días son diferentes porque siempre hay actividades para hacer, pero se complica cuando nos tocan días de lluvias, por ejemplo, es la oportunidad para que estudien porque hacen la escuela a distancia, porque cuando volvamos a nuestro lugar, van a rendir para ir cumplimentando los distintos ciclos”, comenta Lorena.
Escuela rodante
“Para nosotros es importante que vayan estudiando y cumplimentando los distintos niveles de la educación formal pero también, consideramos que viajando pueden aprender mucho más porque se va aprendiendo a través de la experiencia”, asegura Eduardo, a lo que agrega: “Por ejemplo, una cosa es lo que dicen los libros sobre Corrientes, ‘es una provincia rodeadas de río’ y demás, pero ellos tuvieron la posibilidad de vivir eso porque conocieron el río Uruguay, el Paraná, conocieron los esteros del Iberá, nadaron en ellos y eso para nosotros, eso es fantástico”.
“Miguel, nuestro hijo mayor, cuando completó el nivel primario y secundario, estaba tan desorientado y eso a nosotros nos movilizó un poco y por eso le dijimos que viaje, que salga a explorar el mundo porque consideramos que viajar te abre la cabeza, para que encuentre aquello que lo guste, lo que sea pero que lo disfruten, que sea con pasión”, dice Eduardo.
“Sabemos que no es fácil, pero nosotros los vamos a apoyar, lo que queremos es que sean felices haciendo lo que consideren que les gusta y no sientan el tedio de tener que levantarse cada mañana a trabajar, haciendo algo que no les gusta”, agrega.
“Pero, además, a cada ciudad que vamos, nos hacemos el tiempo para ir bibliotecas, espectáculos culturales y demás. Y sabemos que esas posibilidades son únicas y hay que aprovecharlas. Por ejemplo, cuando estuvimos en Brasil, los chicos fueron a la biblioteca y tuvieron dificultades y buscamos que se vayan adaptando a esas oportunidades”, apunta Lorena.
Para ella, el viaje también tiene un valor importante porque es un viaje del alma porque nos permite estar más en contacto con nosotros mismos, por un lado, además de estar compartir con los chicos. “Tenemos la oportunidad de estar 100 por ciento con los chicos, aportándole mucho de nosotros mismos, entonces es una experiencia muy nutritiva para todos como familia, además de que para nosotros es un gran aprendizaje como seres humanos, nos conocemos más”, recalca.
Cuentan que en las distintas ciudades en las que han estado, pudieron charlar con todo tipo de personas y estratos sociales, “y a nosotros nos queda mucha riqueza porque al compartir, interactuar con el otro, nos mostramos como somos y quien está enfrente, hace lo mismo. “Con muchas de las personas que se acercan se genera una muy linda la relación humana, nos damos el tiempo de sentamos a hablar con quienes se nos acercan de manera genuina, porque no hay ningún tipo de competencias ni intención de demostrar nada a nadie”, relata Eduardo.
“Además, vamos encontrando tanta generosidad, tanta colaboración hasta en los lugares donde nos dijeron que no podíamos ir, que no era recomendable o porque era peligroso, nosotros encontramos buena gente”, agrega Lorena.
“Nos quedan grabado momentos que fuimos compartiendo en distintos lugares, por ejemplo, en algunos lugares se acercaban personas de la calle que se sintieron muy cómodos con nosotros, porque se sintieron reconocidos y valorados como ser humanos”, rememora la mujer.
Con ellos también viaja Stich, un perro de pocos años de edad que se adaptó muy bien a este estilo de vida, según cuentan.
El frío de julio se hacía sentir mientras caía la tarde en el parque Mitre y la familia viajera se iba congregando en torno al Quirquincho, ese colectivo adaptado como casa rodante que lleva el nombre de una gran escultura hecha en chapas en su Vaqueros natal, una forma de llevar al pueblo con ellos en cada ruta del país y de la región que dicen recorrer.