Preguntarse quién soy y decir no a las palabras necias, lecciones aprehendidas tras un secuestro
HISTORIAS QUE INSPIRAN28/05/2023María del Carmen Ruiz DíazSilvia Pachón Garrido es colombiana y la musicalidad de su tonada, así lo confirma. Es psicóloga y docente de alma, especialista en mercadeo y psicología del consumidor, entre otras especialidades que ha sabido desarrollar en su dilatada carrera profesional, pero haber estado secuestrada durante 30 días por un ejército guerrillero, fue el hecho que la marcó de un modo determinante. En una entrevista de más de 60 minutos, esta mujer “mbareté” como denominan los guaraníes a las mujeres fuertes, contó a Quintaesencia algunos detalles de esa experiencia.
-¿Quién es Silvia Pachón?
-Quién soy yo… Esa es la pregunta que llevó a todos los grandes maestros de la espiritualidad y a muchos seres humanos, a iniciar el camino de la búsqueda de esa respuesta: ¿Quién soy yo? Bueno, yo soy un ser espiritual viviendo una experiencia física. Soy colombiana, estudié en el Colegio Alemán de Bogotá, lo cual me abrió la mente y me permitió valorar la diversidad, la diferencia de opiniones, de música, espacios y demás. Y seguramente esta fue mi “mayor ventaja”. Es decir, pude aprender a gestionar la diversidad, lo que me permitió sobrellevar distintas situaciones que atravesé en mi vida.
Hizo una pausa en su relato, respiró profundo y continuó: “Porque si te fijas, quien no sepa gestionar la diversidad, queda fuera del juego porque piensa que el mundo tiene que ser a su manera y el mundo, es a la manera de todos, de la humanidad. Porque donde hay dos seres humanos, ya hay diversidad. Tú y yo, ya somos un punto de diversidad en el Universo en este momento”.
Estudió psicología y se especializó en la investigación de mercados, fue docente universitaria en Comportamiento del Consumidor, cátedra que le permitió unir temas de desarrollo humano y mercadeo. Esto le permitió encontrar puntos de convergencia entre el anhelo más profundo de la humanidad y del mercadeo: generar relaciones amigables y profundas a largo plazo, “esto es lo que quieren las empresas”.
Cuando tenía 32 años, fue secuestrada por el Frente 42 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Reflexionó que nunca esperó vivir esa situación porque "no tenía un perfil 'secuestrable' ya que mi familia no tenía recursos económicos, pero esa era una época muy convulsionada en mi país. Fue una experiencia que hace una diferencia sobre cómo estás abordando el mundo, pero también muy enriquecedor para mí como ser humano, porque tenía las herramientas para poder gestionar esa situación".
Silvia, la dama de la sonrisa amplia.
Estar en medio de la selva y cerca de las montañas, la llevaron a preguntarse quién era, por qué estaba allí y quiénes eran ellos, sus secuestradores. “Entonces me dije: ‘Bueno, a ver, miremos quiénes son, qué voy a hacer de los recursos de investigadora de mercados e investigadora de comportamiento’. Y en lugar de dedicarme a buscar las respuestas a los por qué, me empecé a preguntar para qué, quién es el otro y al final, en el ejercicio de construir relaciones, encontré que eran muchachos entre 17 y 20 años, con tercero primaria de formación, sin ningún otro recurso y con ganas de salir de la pobreza. Fueron reclutados en sus pueblos, porque no tenían nada que perder y ese es el peligro de la gente que no tiene nada que perder, arriesga la vida y se arriesga todo porque pues, al fin y al cabo, la pobreza es su contexto diario”.
Análisis del escenario
-Te secuestraron y pidieron un rescate, ¿cuál fue tu primera reacción al momento de saber que pedían una determinada cantidad de dinero?
-Empecé a hacer el gran ejercicio de mirarlos desde el amor, en lugar de juzgarlos y no caer en el juicio y el reproche de preguntarles "por qué me trajeron aquí, por qué están pidiéndole a mis padres el dinero ahorrado a lo largo de su vida”. En especial porque mi familia estaba al servicio de la comunidad porque mi papá era médico y atendía en Bogotá, donde cobraba a los pacientes por la consulta, pero también atendía en el campo, donde no cobraba nada porque eran personas muy humildes, pero ellos se lo compensaban con gallinas, cerdos, frutas y demás.
Silvia hizo hincapié en las herramientas que había desarrollado gracias a su formación académica, como también su “corazón de campesino”. “Porque como decimos en mi país, uno sale de la montaña, pero la montaña nunca sale de uno, y haber crecido en ese hábitat me dio también los elementos para poder entender de qué se trataba todo eso”, agregó.
“Durante el mes que estuve secuestrada, bajo el reparo de una piedra, que era todo lo que teníamos, hice el ejercicio de ir conociéndolos a cada uno de ellos. Cada tres horas, cambiaba la guardia y yo volvía empezar mi investigación: ‘¿Quién es usted? ¿De dónde viene? ¿Cuántos años tiene? ¿Qué formación tiene? ¿Por qué se enlistó?’. Algunos respondían que para conocer el país o porque en el pueblo no tenía ningún futuro, ‘ni siquiera tenemos acceso a la educación y aquí nos pagan un sueldo y conocemos el país’, me decían”, relató.
“Durante el mes que estuve secuestrada, bajo el reparo de una piedra, que era todo lo que teníamos, hice el ejercicio de ir conociéndolos a cada uno de ellos"
Pachón hizo una ligera semblanza socioeconómica de su país, que “es absolutamente rico, pero pobre internamente por la falta de oportunidades y de equidad en el manejo de los recursos; donde el 5% de la población tiene el 98% de la riqueza y de las tierras, no es difícil comprender que mientras eso siga así, sólo cabe esperar la gente joven busque oportunidades sea como sea”.
Mujeres
El grupo de captores que estaban a cargo de Silvia y una prima hermana, eran 11 en total, 3 “eran mujeres muy duras y ese fue un encuentro muy fuerte entre el masculino y el femenino, ahí pude ver –potenciado- cómo muchas veces las mujeres son más estrictas con las mujeres, ellas eran las que menos se dejaban hablar, las más groseras y demás”.
Silvia también logró empatizar con ellas y comprender “desde dónde se paraban, porque para estar en una guerrilla, como mujer tienes que endurecerte”.
En un determinado momento del cautiverio, los superiores prohibieron a los guardias hablar con ella porque “pensaba demasiado” y lo que era peor, los hacía pensar y reflexionar. “Los confrontaba y les decía que no sólo nosotras estábamos cautivas, también ellos porque les decían que tenían que hacer, cómo tenían que ser con el otro, qué comer, cómo realizar determinadas tareas y eso, no es ser libre”, comentó.
Fue tal el proceso de reflexión que había iniciado con las tropas, que hasta le ofrecieron trabajar con ellos para inspirar a las tropas, “y pues yo dije que no, menos en esas circunstancias”.
Finalmente, y tras arduas negociaciones con la familia, lograron reunir el dinero. “Para conseguirlo, amigos, familiares y alumnos míos, entre tantos, aportaron para alcanzar la suma demandada. Mis padres le habían ofrecido campos para que ellos los trabajaran y les dijeron que no porque no querían trabajar, querían dinero en efectivo”.
En el momento en que Silvia y su prima fueron secuestrada, mediado de los 80, había siete mil personas en la misma condición en todo el territorio colombiano.
La liberación
El día de la liberación, ambas mujeres debían ir hasta una ruta determinada para encontrarse con sus familiares. Tenían que hacer una caminata de varias horas hasta llegar al punto de encuentro. Las debían acompañar tres guardias, pero en total, se ofrecieron siete para “custodiarlas”. El comandante los autorizó, pero les impuso una determinada hora de regreso.
Al llegar al lugar determinado para la entrega de las rehenes, hubo lágrimas, emoción entre los secuestradores y las secuestradas. “Y en ese momento entendí que esos siete soldados no querían volver al campamento, pero no podíamos llevarlos con nosotros. Y en la ruta, de repente, apareció un colectivo y en forma automática, levanté el brazo para que se detuviera. Ellos se subieron y nosotras nos fuimos a reunirnos con nuestra familia”, recordó recreando una escena digna de una película de Hollywood.
Siete de los guardias del Frente 42, abandonaron la guerrilla el día en que Silvia fue liberada.
Contó que, al cabo de varios años, se encontró en el centro de Bogotá con uno de los guardias que había huido y le relató que, tras un par de horas de viaje, llegaron a un pueblo y se dispersaron en distintas direcciones. Ni ese hombre ni ella, nunca más volvió a tener noticias de los restantes guardias.
Cuando regresó a la casa paterna, se sucedieron las lágrimas, los interminables abrazos con sus padres, hermanos, familiares y amigos, además de una mezcla de emociones. Pero también, y por un tiempo, le quedaron ciertas secuelas del cautiverio como -por ejemplo- no poder dormir en la cama: lo hacía en el piso. También le tomó cierto tiempo volver a conducir un automóvil y cuando se detenía en un semáforo, le daban taquicardias, en especial ante la presencia de muchos peatones que cruzaban la calle.
Aprendizajes
Silvia fue liberada el día que cumplió 33 años. “Cuando regresé, mi padre estaba con el pelo completamente blanco, cuando me había ido, tenía el pelo negro”, recordó. Hizo una pausa. Respiró profundo y se remontó al pasado, hace 30 años: “La mañana del día del secuestro, había tenido una discusión muy fuerte con él porque ambos éramos de carácter fuerte. Lo último que me dijo fue: ‘A partir de hoy, usted no tiene papá, acuérdese de eso’. Yo me di vuelta a mirarlo y le respondí: ‘Hace mucho rato que lo tengo claro’, y me fui. Imagínate, después pasó todo eso y cuando volví, me encontré con este anciano, parecía que había envejecido 2.500 años en ese mes. Cuando me vio me dijo que el recuerdo de las palabras que me dijo lo tenían loco: ‘No podía aceptar que esas fueron las últimas para ti y las últimas de mi hija para mí’. Nos abrazamos y lloramos”.
Los ojos de entrevistada se le llenaron de lágrimas. El silencio se apoderó de la pantalla y sólo se podía escuchar profundas respiraciones.
Silvia se demoró unos instantes y retomó el relato: “En ese momento, entendí el peligro de las palabras necias, el peligro de irse sin despedirse, de irse enojado, de dejar las cosas sin conversar y sin concluir, de no tener una comunicación lo suficientemente cuidadosa, porque tú tienes la vida prestada y me podrían haber matado, y él se habría quedado con esa sensación, esa culpa y ese dolor”.
Esta es la razón, dijo, para como mentora poner énfasis en prestar atención a las palabras y evitar aquellas que son “necias”. “Debemos decirles no a las palabras pendientes en nuestros vínculos, porque el amor no se explica, el amor se expresa y se expresa en lo cotidiano, en lo verbal, en lo no verbal, en el espacio que compartes, en la música, en las miradas, en los abrazos, en los silencios”, agregó.
"...entendí el peligro de las palabras necias, el peligro de irse sin despedirse, de irse enojado, de dejar las cosas sin conversar y sin concluir, de no tener una comunicación lo suficientemente cuidadosa..."
Compartir desde la resiliencia
Días después de su liberación, Silvia volvió en forma muy paulatina a la rutina diaria, entre ellas, a pararse frente a sus alumnos de la universidad. Y allí también fue un barajar y dar de nuevo en ciertos aspectos, como también en profundizar más ciertos aspectos relacionados con el desarrollo humano y mercadeo. “Los invitaba a preguntarse: ¿Quién es usted?, ¿cómo marca presencia?, ¿cómo siente la gente con usted?, temas, preguntas que no están en los libros de mercadeo”, dijo.
El tiempo la llevó a conocer al responsable del equipo nacional de montañismo, quien, al escucharla contar su historia, la invitó a dar una conferencia para 800 mujeres. “Sólo habían pasado 8 días de mi liberación y yo estaba allí, hablándoles del empoderamiento femenino, de pensar y comprender que lo femenino es creatividad en un sinnúmero de aspectos. Siento que, a partir de allí, pude ‘exorcizar’ lo que viví y pude construir una analogía con el montañismo y el desarrollo humano, las metas, las cimas, los campamentos base, cómo nos tenemos que preparar para subir una montaña porque no puedes subir de una vez al Himalaya”, contextualizó.
Desde entonces, comenzó a trabajar en mentorías con grandes compañías de su país haciendo educación experiencial, “y entendí que podía utilizar mi propia experiencia para poder compartirlo”, contó.
Ese nuevo camino la llevó por diversas y ricas experiencias, pero esa parte de su historia será –seguramente- tema para una próxima entrevista de Quintaesencia.
Silvia y su camino de compartir el saber y
la experiencia desde otras perspectivas.