Las palabras de Cristina Gonzáles (33) docente de Ciencias Agraria de la Escuela de la Familia Agrícola (EFA) Ñande Roga de San Miguel, resume lo que vivieron los habitantes de esa ciudad entre el 10 y el 27 de febrero último, cuando los focos de incendios rodearon parajes, zonas forestales y viviendas. Esta semana, Quintaesencia conversó con ella para conocer en primera persona, los días donde el humo, la desesperación y luego la esperanza, se hicieron carne.
Los focos de incendios durante el verano en las zonas forestales son, desde hace algunos años moneda corriente en la zona de San Miguel, pero este año la sequía y otros factores, hicieron que se conviertan en una situación histórica quemando el 30% de la superficie. Si bien por estos días la situación está bastante controlada, las instalaciones de la escuela se convirtieron en el centro de operaciones y albergue de los brigadistas, equipos de bomberos y personal del Ejercito que trabajó -y aún lo hace- en la zona.
Cristina, como el resto de sus compañeros, realiza guardias durante el verano. “Siempre en las vacaciones venimos a la escuela porque hay que realizar distintas tareas, pero este año los incendios hicieron que todo tome un rumbo distinto”, contó la mujer con 12 años de trabajo en esa institución. Es que debido a los focos que desde principios del mes de febrero comenzaron a afectar la zona, la EFA fue el sitio donde se instaló el campamento de ayuda principal a partir del 10 de febrero.
Camiones, equipamiento de todo tipo, helicópteros, aviones hidrantes y brigadistas de todo el país llegaron para ayudar. “Cuando todo se quemaba, nos invadió el miedo y la desesperación, ese no saber qué hacer, pero fue ahí cuando comenzaron a llegar los grupos de ayuda, nos informaron que sería la EFA el lugar donde se quedarían y como docentes nos sentimos encantados de abrirles las puertas de nuestra casa, cuando comenzamos a ver el despliegue entendimos que no estábamos solos, que había todo un país viniendo a ayudar, fue una tranquilidad enorme”, resumió Cristina.
Ella miró a lo lejos y sintió que el humo y el olor a quemado ya no está presente en el aire, pero la mujer aún lo recuerda. “Fueron días muy complicados, todo el tiempo había noticias de focos por todos lados, veíamos como la gente aquí no descansaba, muchísima organización y un despliegue que jamás nos hubiéramos imaginado”, resaltó.
La docente volvió a mirar hacia el campo mientras conversábamos y observó los tres helicópteros que descansan dentro del predio, listos para salir si fuera necesario. En tanto que personal del Ejército y equipo de bomberos aún están presentes en el lugar, al igual que el camión satelital del Consejo del Manejo del Fuego que monitorea las zonas calientes. “Si no hubiéramos tenido toda esta ayuda, realmente no sabemos qué hubiera pasado, estamos seguros que la historia hubiera sido otra, vamos a estar siempre agradecidos”, deslizó Cristina.
Como docente se encarga del cuidado de las instalaciones escolares y ahora asisten a quienes se encuentran allí. “La escuela debería estar recibiendo a los alumnos por estos días, pero es un inicio de ciclo lectivo especial, la semana que viene vamos a comenzar a recibir a los estudiantes de primer año para que hagan la adaptación, luego iremos avanzando de manera progresiva y nos vamos a ir acomodando todos”, adelantó y explicó que al establecimiento asisten más de 300 estudiantes.
Al ser consultada sobre cuál fue el día más difícil que debieron atravesar, Cristina respiró profundo, como disfrutando el aire sin humo que entraba a los pulmones, volvió a mirar lejos y relató: “Fueron muchos, porque realmente vivimos días de mucha desesperación, pero el 13 de febrero sin dudas fue el día en el que el fuego no nos dio tregua. Había muchos focos activos, los equipos se movían rápido, acá todo era ruido, humo y calor, gracias a Dios ya ese día el campamento estaba instalado y funcionando, porque si no, realmente no sabemos que hubiera pasado”, repite, y sus palabras eran dichas en tono de agradecimiento.
Cristina nos habló del humo, del olor a quemado que aún se respira en las zonas donde el fuego arrasó con todo. “Estando acá, viendo cómo trabajan los equipos aprendimos muchas cosas, aprendimos sobre el fuego, aprendimos términos técnicos y también de técnicas de manejo del fuego. Uno por instinto cuando ve llamas las quiere enfrentar, ahora sabemos que no se trata de enfrentar, se trata de saber manejar la situación, también aprendimos a mirar el terreno y entendimos que, si bien el foco fue extinguido, hay que seguir prestando atención, porque puede volver a comenzar, de la nada una llamita sale de abajo y todo vuelve a empezar, ahora sabemos mirar con atención, porque comprendimos que no hay subestimar una llama pequeña porque, en segundos, se hace inmensa”, insistió.
Los brigadistas y bomberos también trabajaron en la educación de la población. “Los escuchamos, aprendimos, lo que nos pasó fue muy duro, pero nos marcó para siempre, sabemos que el fuego es un peligro latente, vimos que es capaz de consumirlo todo a su paso, aquí nos debimos lamentar pérdidas humanas, pero sí las económicas. La gente que se quedó sin su trabajo, son muchas cosas que destruyó el fuego, aún no podemos dimensionar eso, seguramente cuando los chicos comiencen a volver a las aulas vamos a poder saber cómo afecto a las familias”, insistió.
Las cenizas y el renacer
Volver a las zonas que ardieron hasta hace poco menos de una semana, es comprender de manera cabal la resiliencia natural de la tierra. Allí donde todo se redujo a cenizas, el olor a quemado brota del piso, solo basta con acercarse un poco a la tierra para que los ojos se llenen de lágrimas producto del intenso olor a quemado. Se produjeron cambios en forma rotunda. El fuego puso todo en juego todo, las familias de la zona aún no descansan y aseguran que ver como una chispa que voló 500 metros era capaz de convertirse en llamas enormes en poco tiempo, aún los deja sin aliento. Muchas mujeres no duermen por las noches, “aprendimos a escuchar el avance del fuego, recuerdo una noche que el fuego estaba lejísimo, pero en pocos minutos una mínima chispa prendió un fuego enorme en la parte de atrás de mi casa, logramos contenerlo, porque de otro modo hoy no teníamos donde dormir”, dijo Ana de paraje El Caimán.
En los predios, el pasto comienza a brotar nuevamente, los animales lentamente comienzan a mostrarse. Nadie sabe con exactitud los daños ambientales, tampoco hay certeza sobre las pérdidas económicas, pero el fuego dejó imágenes que han marcado no solos a los pobladores de San Miguel y zonas afectadas, sino a todo un país, que comprendió que solo juntos, unidos, se puede hacer frente a las situaciones límites.
Nos vamos de la EFA Ñande Roga, algunas palabras quedan resonando con fuerza, solidaridad, esperanza y un profundo respeto por el trabajo de cientos de personas que le pusieron el pecho a las llamas, personas que no dudaron ni un segundo en movilizarse llegar desde provincias como Mendoza, Buenos Aires, Entre Ríos o Córdoba. “El fuego no se va a ir porque las condiciones climáticas están dadas para que se reinicien en cualquier momento, ahora solo queda el camino de la educación y la concientización”, explican con simpleza los especialistas del equipo nacional del Manejo del Fuego.
Las familias también lo saben, pero hoy cuentan con la certeza de que cuando el ultimo hilo de esperanza está a punto de extinguirse, ahí justo ahí pasan las cosas más impensadas.