La sensación de ahogo era absoluta. La acidez en la garganta, el sudor en la espalda y la palpitación del corazón en todo el cuerpo hablaban en medio del silencio.
Sin embargo, una sola palabra alcanzó para que todo cambiara de color, para que todo se transformara: Soy yo, estoy contigo.
Después de tanta distancia aparece esa persona que con una palabra construye un mundo nuevo.
Son esos momentos en que nos sentimos perdidos, solos, amenazados. Presos del temor por lo incierto, esclavos de situaciones que cargamos hace tiempo o detenidos por contextos inesperados.
Con las manos atadas, mudos en una película que no elegimos ver. Por culpas propias, por viejos silencios o por coyunturas que no estaban en la agenda.
Hasta que, de pronto, alguien aparece y lo cambia todo para siempre.
No alcanzamos a tomar dimensión del poder que puede tomar una sola palabra. A ese alguien que busca, que necesita, que espera, al que de pronto toca a la puerta. Una sola palabra, de esas que dicen: “Acá estoy. Total. Presente. Para vos. Mi tiempo es tuyo. Soy yo.”
El Covid nos hace estar separados, divididos, aislados, todo lo contrario a lo que es la solidaridad. Es una forma extraña de ejercer la solidaridad.
Ser solidario es hacer aquello que beneficia al otro.
Si en un momento determinado lo que beneficia al otro es que te apartes para no contagiarlo y mantener la distancia social, se puede ser solidario aunque físicamente te apartes del otro.
La solidaridad no es echarte encima del otro, es una actitud hacia los otros, es hacer las cosas que los otros necesitan.
Si apartarte de los otros es la mejor manera de combatir al virus, no está mal.
La solidaridad no es algo externo o folclórico sino entender lo que necesitan los otros y dárselo.
La manera en que respondemos, explicamos, acompañamos o simplemente damos la bienvenida a alguien puede cambiar el curso de su historia.
La tristeza parece no tener sentido alguno en medio de la angustia. Pero cuando logramos transformarla en huella para la sabiduría y la sonrisa cobra sentido en forma retroactiva.
Una sola palabra puede tener el poder de sanarlo todo.
Puede haber dos protagonistas: aquél que se revela como la respuesta en el momento exacto y aquél que está preso de sus preguntas, soledades y temores existenciales. A veces somos el uno, otras el otro.
Estamos distanciados por un virus mucho más dañino que el Covid-19: el de la envidia, los rencores acumulados y la falta de conversación en respeto y paz.
A la vez, reconocer nuestras flaquezas, falta de estima o de criterio, debilidad ante lo complejo, poca paciencia, responsabilidad en esa soledad.
Entonces, decidir continuar. Al acercarse a nuestro propio ser, al saberse a sí mismo de manera más profunda, tomar la iniciativa de abrirse al encuentro.
Es, entonces, en el encuentro que ambos se ven necesitados: uno de escuchar, el otro de decir. Y fue, en ese instante, que el mundo empezó a girar otra vez.
Amigos queridos…
Este año nos vimos empujados a estar lejos de lo conocido, a soledades acumuladas, a distancias obligadas, a barbijos y a mamparas protectoras. A acercarnos a dos codos de distancia y en la ausencia del abrazo casi pedirnos perdón con la mirada.
Esa será la vacuna que sin dudas sanará nuestras distancias: dar el primer paso para dejar atrás lejanías, estar atentos al poder de nuestros labios en cada encuentro y animarnos a mirar nuestro propio interior para acercarnos a esa persona que queremos ser.
Y entonces, Alimentar el alma de nosotros mismos y nuestros semejantes.
Sandra Laham es licenciada en Nutrición - MN: 4277.