Se fue del país y decidió empezar de cero, hoy ayuda a otros inmigrantes

GENERAL30/05/2021Josefina EchezárragaJosefina Echezárraga
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Leticia Bustos Muñoz tiene 33 años es oriunda de presidencia Roque Sáenz Peña (Chaco). En Corrientes estudió la carrera de Comunicación Social y luego la de Derecho, además su paso por varios trabajos la mantuvieron ocupada por un par de años pero, unas vacaciones en México en el 2016, sellaron su destino: desde hace cuatro años vive en Canadá, en la provincia de Manitoba, en la una ciudad llamada Winkler. En una entrevista con Quintaesencia, habló del cambio de vida que la llevó a dejar su tierra, pero también del proceso que le permitió descubrir una profunda conexión con ella misma. 

A la charla no le faltaron risas, anécdotas de todo tipo y datos que de este lado del mundo dejan a todos con la boca abierta. Leé y la nota hasta el final y conoce la historia de la única argentina en Winkler. 

La diferencia horaria entre Canadá y Argentina es de dos horas por lo que cuando aquí eran las 10 de la mañana, en Winkler eras las 8. La entrevista por más distancia que haya, se realizó con mate de por medio. La joven detalló que tras conocer a Jacob en una vacaciones en México en el 2016, todo comenzó a pasar muy rápido: “Cuando decidí irme sola de vacaciones, tenía la idea de conocer gente y lo conocí. Después de esas vacaciones, cada uno volvió a su país pero ya como novios a la distancia. En julio del 2016, él vino a Argentina, recorrimos algunos destinos como Iguazú y Esteros del Iberá, pero no fuimos a conocer a mi familia, quería esperar un poco, viste como son estas cosas”, resume mientras le da un sorbo a mate para continuar con el relato. 

Cuenta que un año después, en julio del 2017, ella fue a visitarlo. “Fue un tiempo complejo, porque tener una relación a distancia no era nada fácil, además del idioma: él habla inglés y yo tenía una base de Extensión Universitaria y todo lo ponía en el traductor, pero la comunicación jamás fue un impedimento para nosotros. En ese viaje que hice a Canadá, hablamos y definimos que uno de los dos se tenía que mudar. Desde el principio, supe que sería mejor que yo vaya y así lo hicimos, el plan era que a fines de ese año viajaría para instalarme”. 

Cuando decidí irme sola de vacaciones tenía la idea de conocer gente y lo conocí.

“Bajé del avión de regreso de ese viaje -que me demandó 24 horas- y pensé, ¿por qué esperar tanto, si puedo vender todo e irme en dos meses? Y así lo hice, le dije que iba a adelantar los tiempos, viaje a mi casa y medio de sorpresa le conté a mi familia la decisión. Todo fue un poco raro, porque mis padres no lo habían visto nunca, nos habíamos sacado pocas fotos, no había casi publicación juntos en las redes sociales, ni nada, por lo que creo que todos desconfiaban un poco. Las cosas se habían dado así y siempre pienso que el tren para cambiar pasa pocas veces, yo decidí subirme en ese momento, si algo salía mal, solo había que cambiar un poco el rumbo. Fueron sin dudas meses de mucho estrés y locura, cambiar de vida no es una decisión simple, pero ahora que lo miro a la distancia realmente valió la pena”, explica mientras no deja de sonreír, como quien recuerda una aventura. 

Así, Leticia dejó todo y en octubre del 2017, cargó lo que podía en dos valijas, que representaban toda su vida en este lugar del mundo, y cuando el avión aterrizaba en Canadá, empezó de nuevo. “Recuerdo haber mirado por la ventanilla del avión cuando estaba llegando y ver como nevaba, jamás había visto nieve, ¡fue un comienzo mágico!”, exclama. Allí daba inició su nueva vida, junto a Jacob que la esperaba para ser sostén, compañero de alegría y muchas veces, casi un niño al que le gustan los dulces e ir de campamento. 

Recuerdo haber mirado por la ventana del avión cuando ya estaba llegando y ver como nevaba, jamás había visto nieve, ¡fue un comienzo mágico!

“Cuando me fui de Argentina decidí empezar de cero. Los primero seis meses acá, eran de pleno invierno. Al poco tiempo que llegué, la temperatura comenzó a bajar. Al principio me acuerdo que me sentaba todo el día a mirar como caía la nieve, era como un cuento... pero estaba siendo mi vida. Tenía una visa de turismo por seis meses asi que tampoco podía trabajar. Después de eso solicité mi residencia permanente y mi visa de trabajo, me dieron la visa de trabajo pero no la residencia. Acá hay que cumplimentar varios pasos para que te la den, entre ellos tener un sponsor, mi novio lo era, pero no podíamos acreditar un año de convivencia, así que no me la dieron y tuve que volver a pedirla, pero ahí ya podía trabajar”, resalta. 

Con la llegada de la primavera, Leti pudo comenzar a trabajar y desde allí abrirse camino. Antes de conocer las cuestiones laborales, es importante contar el contexto que ofrece la ciudad de Winkler:

¿Qué es lo que más te sorprendió desde que llegaste? 

“¡Uff! Muchas cosas. Primero y sobre todo, el clima siempre me gustó el invierno pero acá es mucho más que eso, llegamos a tener varios días de -20° y también -40°, todo se congela, son meses muy duros pero aquí todo está preparado, la vida sigue bastante normal. Vivimos en una ciudad pequeña, de no más de 12 mil habitantes, es una comunidad menonita poco ortodoxa, pero con muchas costumbres y muy religiosa. La gente es muy buena, como ven que no sos de acá, se acercan y conversan un poco. En mi caso se sorprenden cuando les digo que soy de Argentina, porque aquí nunca vivió ningún argentino, siempre piensan que soy mexicana, es poco lo que saben de nuestro país, casi nada más que lo que les cuento. 

¿Qué cambios fuiste haciendo? 

Muchos, uno para adaptarse tiene primero que entender que no está más en su país. Los alimentos tienen otro sabor, hay muchas cosas que no se consiguen, las actividades sociales son muy diferentes y muy pocas. Acá la principal es ir a las iglesias porque hay muchas ramas de evangelios. Suelo pensar que son como los partidos políticos de Argentina, en el pueblo donde estoy deben haber una 25 o 30 iglesias, si no son más. 

¿Cuáles son las actividades? 

Al no haber boliches o bares para bailar, vamos a otras ciudades a la opera o al teatro. Ahora, por ejemplo, iniciamos para temporada de campamentos, asi que cada año nos organizamos para ir. Casi todas las actividades se hacen en grupos chicos o solo en pareja, ahora por la pandemia, ya casi no hay nada. Acá tengo una amiga mexicana, que vino por su novio, igual que yo, con ella aprovecho y hablo en español y nos reímos mucho, mientras nuestras parejas (ambos de acá) hablan plautdietsch. 

¿La comunidad tiene su propio dialecto? 

Sí. Es una lengua local, que quienes no la entendemos se nos hace imposible saber de que hablan porque no es alemán ni francés. Acá todos la hablan, es parte de su cultura. Quienes venimos de afuera, la respetamos. 

¿Cómo conseguís yerba? 

Aquí hay muchos menonitas paraguayos, no hablan español, porque en su mayoría nacieron acá, pero sí conservan las costumbres, ellos tienen pequeños mercados donde venden muchas cosas que les mandan desde Paraguay, allí consigo yerba de las mismas marcas que en Argentina. Es muy divertido verlos en verano en las veredas, tomando tereré de agua, con los termolares forrados en cuero, bien típico de nuestra zona.  

¿Y el precio? 

Depende, entre los 10 y los 16 dólares, es caro para esta zona, pero compro porque todos los días tomo mate.

Antes hablamos de que tu vida cambio de manera rotunda, ¿cuál sentís que fue el cambio más grande? 

El cambio interno. Aprendí a ver la vida desde otro lugar, aprendí a hacer yoga, a conectar conmigo, aprendí a disfrutar mucho más de la vida, de las cosas que se pueden hacer al aire libre, hasta los momentos de estar en casa. Es una vida diferente, donde al no existir la inseguridad, podés caminar por la calle sin nervios, sin estrés. Acá los mochochorros (risas y corrige, los motocohorros) no existen, es que es una palabra que no pronunciaba hace muchísimo tiempo por ahí se me mezclan todos los idiomas”, aclara.

“Uno no se da cuenta muchas veces que vivimos en el afuera, estar acá me permitió cambiar esa visión, se hace muy de apoco, por medio de distintas herramientas, que Jacob y yo fuimos encontrando, sin dudas todos los cambios fueron para bien, me permitieron crecer como persona”, agrega.  

El trabajo 

Leticia llegó a Canadá sin llevar sus títulos de grado: “Cuando me vine para acá decidí que no iba a ser más periodista, pasé muchas horas leyendo, estudiando inglés y buscando trabajo por internet. Así fui encontrando cosas, una tintorería donde trabajaba medio tiempo, luego un comercio que sería como los todo por x $2 de Argentina; también trabajé en una pequeña boutique, fui haciendo de todo y a la par, enviaba currículum a diferentes empresas. Acá hay muchas que reciben a inmigrantes que vienen en busca de trabajo, allí realice varios voluntariados, porque cuando no tenés residencia, hay que hacer de todo para comenzar a subir escalones. Ahora logré ingresar a un cargo pago dentro de la organización donde realicé voluntariados”. 

¿Qué hacés allí? 

Un poco de todo, en general estoy en el área en la que recibimos a los inmigrantes que llegan desde Alemania, México, Ucrania, Kazajistán, llegan pero muchos de ellos no saben inglés entonces, la barrera idiomática es compleja. Si bien no tengo trabajos para darles, sí les brindo herramientas para que puedan conseguirlos. A veces son cursos básicos de computación, otras veces, formas para que puedan comunicarse. Todo es muy complejo porque, hasta para mí, es difícil comunicarse con ellos, pero es una labor que me gusta, que la entiendo desde la empatía porque yo también estuve en su lugar.   

Al ser una tarea flexible, Leticia mantiene otros trabajos de medio tiempo, lo que le permite aportar al hogar y además ayudar a otros que como ella, llegan en busca de mejorar sus perspectivas. “Yo vine por amor, es diferente, pero siempre tuve claro que no me iba a quedar en mi casa sentada, eso no es para mí, yo quiero trabajar y trabaje de todo lo que se me presentó”. 

¿Qué le dirías a las personas que están pensando hacer el cambio de vida? 

Que lo hagan, las oportunidades están, incluso para que quienes vienen sin dónde quedarse. Acá hay muchos trabajos, hay que animarse a dejar todo, a intentarlo, si después no se da, te quedás con la experiencia que es hermosa, te cambia la cabeza. 

¿Pensás volver a Argentina? 

A visitar a mi familia sí, ahora me dieron la residencia permanente y eso me permite tener más acceso a trabajos, y ya comencé los trámites para acceder a la ciudadanía. Con Jacob firmamos algo así como la unión convivencial, tenemos muchos planes de seguir aquí, aunque los inviernos sean los más crudos casi del mundo, dentro de la casa no hace frío y hay amor (risas). Estoy muy agradecida por haber tomado esta decisión, por estar acá, extraño a mi familia, pero la tecnología nos acerca, cuando pase la pandemia espero que me puedan venir a verme, mi papá siempre habla con Jac, por teléfono y cuando juega River siempre están hablando, muchas veces les hago de traductora, otras los dejo que se arreglen ellos, para que ambos vayan aprendiendo. 

Quiero mucho a mi país, hoy me toca estar acá, quiero estar acá, lejos pero cerca, cuando una se va lleva consigo muchas cosas, cosas que no son materiales que están adentro. Hoy estoy siendo feliz a miles de kilómetros de donde nací y eso lo entendió mi familia, creo que es lo más importante, ser feliz esté uno donde esté. 

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Hoy estoy siendo feliz a miles de kilómetros de donde nací y eso lo entendió mi familia.

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