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Sol Romero Acuña

No siempre morir implica abandonar el cuerpo. Hay momentos en la vida que son tan profundamente transformadores que poco queda de nuestra antigua forma de hacer las cosas y nuevos caminos se abren. Claro que llegar a ese momento no es un paseo por un jardín de flores. 

Como es abajo es arriba y como es adentro es afuera. El Nirvana, estado supremo de la meditación contemplativa, no existe solo puertas adentro de la mente en calma. Muy por el contrario, civilizaciones enteras lo han alcanzado en el pasado en el cotidiano de las relaciones familiares y comunitarias. 

¿Cómo podremos nosotros, a finales del 2023 alcanzarlo sin vender nuestro presente, pagando las cuentas y cocinando todos los días? 

Si hay una receta para la felicidad ni los ingredientes están en un libro de cocina ni el paso a paso se puede delinear cual método científico. 

Una cosa si es clara, hacer siempre lo mismo y pretender un resultado diferente es la lucha polar a la que nos despertamos día a día sin ni si quiera darnos cuenta. 

El cambio y en principio cualquier cambio que intentemos es lo único que nos puede dar una pizca de sabor para renovar la esperanza, sentados a la mesa de un banquete desabrido. 

Ahora bien, nadie cambia porque quiere, más bien solo lo hace porque lo necesita. 

Cuando el cansancio nos rebalsa el cuerpo y la mente, cuando la repetición de escenas se multiplica ante nuestros ojos hasta el hartazgo.

Por fin llegamos al centro de la tormenta, todo gira como siempre a nuestro alrededor y la pausa se nos ha impuesto por vacación, retiro o duelo. Ya no hay vuelta atrás. 

La fuerza que nos queda, mucha o poca, deja de salir para afuera y cuál ventisca de verano, se nos cuela por la ventana del pecho, tocando el corazón y haciéndose lugar en la garganta. 

Una decisión, un pedido de ayuda o un nuevo hobby, solo basta un primer paso para lograr la sinergia, la fuerza de la vida hacia la tan temida y sin embargo tan ansiada transformación. 

No siempre morir implica abandonar el cuerpo, a veces es más bien, quedarse a reconocerlo, retocarlo y disfrutarlo. 

Estar dispuestos a perder lo conocido, a desarmarnos en mil pedazos y usar amor para aglutinarnos son de las cosas más nobles que podemos desear, claro que hay que permanecer atentos, no vaya a ser que se manifieste el Nirvana y por seguir con miedo a no poder se nos pase el momento de gozo y volvamos a empezar otra vez. 

Vivir muertos es lo conocido, vivir muriendo es un entrenamiento cíclico y hacer foco en el renacer es una alternativa más saludable que seguir buscando afuera algo que nunca fue. 

Felices fiestas.

 Sol Romero Acuña es terapeuta gestáltica. Podés seguirla en su cuenta de Instagram: sol.romeroacuna

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