Acumular es una de las características de la sociedad occidental en la que estamos inmersos. Desde ropa, pasando por la comida y hasta fotos y seguidores en las redes sociales, acumulamos todo lo que nos gusta. Llenamos de libros la biblioteca, de imanes la heladera, nos llenamos los bolsillos, cuentas y cajones de dinero y surfeamos el día a día queriendo siempre tener más.
Esta costumbre, esta lógica de funcionamiento también la utilizamos para las cosas negativas de nuestra vida, para todo eso que consideramos oscuro, temeroso, doloroso y terrible. Así vamos acumulando rencores, peleas sin resolver con amigos y familiares, enojos eternos sobre los que ya no recordamos su origen ni fundamento, y una cuestión fundamental sobre la que quiero profundizar hoy: somos acumuladores seriales de duelos.
Y no lo digo en el buen sentido del término, felicitándonos porque al llegar a la mitad de la vida somos expertos en procesar perdidas y cambios de etapa. Muy por el contrario, lo que acumulamos son duelos no hechos.
Desde la infancia venimos saltando de etapa en etapa, cambiando de barrio, de ciudad, de amigos, cambiando la piel, los años, la profesión y el trabajo. Cambiamos de pareja, de configuración de la convivencia, cambiamos de estado civil y de status social y lo más probable es que nunca nos hayamos sentado más de diez minutos a digerir tanto cambio.
Lo que sucede en este estado de memoria acumulada sin procesar y sobre todo emocionesacumuladas sin procesar es que cuando un familiar o amigo cercano fallece, la inmensidad de este nuevo duelo rebalsa el vaso emocional interno y el desafío se pone realmente áspero.
Cuando el dolor nos obliga a parar, a mirar por la ventana con la vista perdida, cuando el llanto rompe piedras internas para salir cual cascada buscando libertad, ahí corremos el riesgo de entrar en un proceso de depresión, de experimentar lo que se conoce como duelo patológico y hasta sufrir enfermedades físicas producto de la somatización emocional.
Para nuestro organismo no es lo mismo digerir dos porciones de pizza por semana que veinte porciones una sola noche. La sobrecarga y la indigestión dañarán el estómago y los intestinos y necesitaremos más ayuda para atravesar el desafío.
El duelo es un proceso que podemos aprender a transitar, a vivenciar en nuestro día a día. Un ejemplo es tomarnos un tiempo sin actividad entre tarea y tarea, un momento para despejar la mente, relajar o activar el cuerpo y decantar lo sucedido unos minutos atrás.
Salir a caminar, meditar, escuchar música, jugar con los niños y hacer actividades con las manos como cocinar, pintar o martillar nos dan la oportunidad de procesar antes de volver a realizar nuevas acciones que generen nuevas emociones.
Cuando la acción que termina o la etapa que se cierra es más grande o importante ennuestra vida el tránsito del duelo puede requerir más esfuerzo y diseño. Realizarceremonias de pasaje, ritos de cierre o rituales de celebración nos puede abrir a contactarcon nuestras emociones en espacios íntimos y cuidados. Poner en palabras los aprendizajes cosechados, los miedos hacia el futuro y las necesidades de nuevos crecimientos hacen que el duelo traiga frutos verdaderos a la persona que lo transita.
Cuando nos hacemos cargo de transitar conscientemente las pequeñas y grandes transformaciones de nuestra vida, no sólo no llegamos a extremos de enfermedad física,emocional y mental sino que también vivenciamos un círculo virtuoso de experiencia y crecimiento personal.
La invitación es a dejar de acumular duelos y a comenzar a procesar. Dejar de escondernos del dolor y animarnos a mirarlo, a sentirlo para luego liberarlo y recoger el aprendizaje. Pedir ayuda para transitar este momento es el paso de humildad y el regalo de amor propio que nos debemos. El dolor llega sin que lo elijamos, el amor por nosotros mismo es la sabía elección que nos merecemos.
Con cariño, Sol
Esta columnista es terapeuta gestáltica. Podés seguirla en su cuenta de Instagram: sol.romeroacuna.