La palabra vs. la química

COLUMNISTAS23/07/2023Redacción QuintaesenciaRedacción Quintaesencia
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Yarías

Han cambiado los tiempos de la cultura. En términos de Octavio Paz, el gran pensador mexicano, son “tiempos nublados”. Se oscurece el poder develador de la palabra y se endiosa a la química como sedante de los problemas humanos.

El encuentro brilla por su ausencia. Hijos que buscan a padres. Padres que pierden a sus hijos entre tantas tareas “más importantes”. Mundo de desencuentros, pero con heridas emocionales muy grandes. Lo vemos en la clínica todos los días. Traumas nunca hablados y suturados burdamente con drogas. Ausencias, abusos, duelos, soledades anestesiadas.

Sobre esta base cultural en donde la vida familiar con transmisiones de valores, límites y con el amor como centro de esa vida se sobrepone la calle como encuentro con la “nada” y con nuevos “sepultureros” que prometen con pócimas químicas zurcir dolores. Esos sepultureros tienen grandes plusvalías, o sea ganancias a costa de la muerte de miles. Eso no importa porque en el nuevo plexo cultural de estos tiempos nublados la vida ha perdido el carácter de sagrada. Somos “nadies”.

Incluso este “tiempo nublado” tiene sus propagandistas porque entre los signos de la progresía la vida familiar es una mala palabra y las drogas gozan de buena prensa (es un ejercicio de la libertad para los que merecen ser esclavos). TIEMPOS NUBLADOS Una joven me cuenta “en una iglesia evangélica abandonada regenteada por un narco íbamos a consumir… había sustancias y seguridad en un barrio exclusivo del oeste de CABA”. Un ‘capanga’ hacia los peajes y aseguraba consumo, ventas y tranquilidad para morirse en paz ante una cruz ya inexistente porque cambió el lugar del crucificado que ahora es el propio feligrés. Todo esto en un barrio exclusivo de Buenos Aires.

Otro paciente a su vez me dice: “La Iglesia donde tomé la comunión hoy está tomada por un grupo de consumidores y distribuidores, fue abandonada y ahí consumía hasta que vine acá” (ciudad vecina a Rosario).

Iglesias abandonadas parecen ser una metáfora de hoy. Se ha naturalizado el consumo de drogas. Es un cambio cultural, por supuesto, muy promovido desde ángulos diferentes, pero básicamente por un déficit de la palabra como mediadora para resolver o sostenerse ante los problemas humanos. Acá recuerdo los consejos platónicos: “los problemas se solucionan hablando o no se solucionan”.

Cuando culmina la Segunda Guerra Mundial, W. Churchill encomienda a un experto en temas sociales y psíquicos M. Jones (psiquiatra) para que trate con los escasos medios que había de ayudar en un sistema residencial a los que hoy se denominan afectados por estrés postraumáticos de la guerra. Surge la Comunidad Terapéutica como superación del manicomio en donde el ambiente terapéutico se basa en encuentros humanos mediados por la palabra. Llorar y compartir los duelos, aceptar las discapacidades como resultado de las batallas, enfrentar la vida de otra manera más allá de lo vivido. Acompañar y hacer del amor la herramienta terapéutica fundamental. El Gobernante tenía una dimensión ética y el profesional la misión de acompañar ese dolor y suturarlo con la aceptación de la realidad y mostrar que hay un futuro posible.

Hoy Ucrania acaba de legalizar el cannabis para superar el estrés postraumático fruto de la guerra en una decisión del Parlamento. Los dolores psíquicos por las pérdidas se confunden con los dolores crónicos que si pueden ser tratados por cannabidiol. En realidad, el cannabidiol es útil ante estos dolores crónicos y la espasticidad, así como con epilepsias refractarias (mínimo de casos de epilepsia).

Dos tiempos humanos y culturales siglo XX y siglo XXI. En uno palabra, escucha y en otro un medicamento que solitariamente toma el paciente y que seguramente desatará el consumo de otras sustancias. Además, liberarán la producción de cannabis en Ucrania (Europa Press - 13 de Julio).

América Latina explota en la producción de drogas. Perú, Bolivia, Ecuador, Colombia (desarrollo promovido por autoridades estatales de la cocaína), México, y corredores con Venezuela. Todo al servicio de una “inundación” de sustancias con carteles que lo manejan y una propaganda ideológica que cancela todo discurso preventivo y la creación de redes asistenciales.

J. F. Kennedy se vio venir esta nueva era y le preguntó a un sabio del psicoanálisis infantil, B. Bettelheim, qué era lo que se podía hacer y este le responde: “promueva la vida familiar ya que de lo contrario oscuros tiranos del marketing y de la droga se harán cargo del pueblo americano”. Hoy lo vemos en los Estados Unidos. El abandono de una politica preventiva ha llevado a una inundación de fentanilo (opiáceo), con “zombies” que vagan por las calles ante la pasividad activa de algunos gobernantes de algunos estados que permiten el consumo libre y tapan las consecuencias de los verdaderos “cementerios” al aire libre.

Efectos de la vida cotidiana

Basta hablar con personas de distintas clases sociales para darse cuenta de este cambio cultural. Para divertirse en una fiesta hay que fumar un “porro”; para estar en una reunión de amigos hay que excederse en el alcohol, no hay boliche que no cuente con múltiples vendedores de pastillas estimulantes y alucinógenos. Atendí a un joven (consumidor él) que se encargaba dentro una organización delictiva de repartir pastillas en los cientos de boliches de CABA y conurbano. Terminó en terapia intensiva porque no se puede desafiar los límites corporales. El consumo niega la evidencia de lo corporal; tenemos un cerebro que puede generar accidentes cerebrovasculares, infartos, daños renales, etc. El instante de omnipotencia que se consigue artificialmente con las sustancias tiene un costo. Pero esto hay que transmitirlo con la palabra en el aula, en la casa, en el vecindario. Esto no parece existir.

Un paciente me contaba: “Estoy superando mi adicción, estoy estudiando, pero sé que no puedo ir al baño porque ahí -escuela secundaria- hay gente consumiendo”. Todos lo saben: docentes, preceptores, directivos. Nadie habla. Hemos cancelado la palabra que sana, los límites que estructuran.

El joven “debuta” en el consumo de alcohol y drogas a los 12 o 13 años. Es un verdadero rito de iniciación en nuestra sociedad como en su momento era tener la llave de la casa, usar pantalones largos. “Altri tempi”. Hoy es consumir comprometiendo, a veces para siempre el “segundo nacimiento” que es la adolescencia. Lo que vemos es que faltan orientadores, mediadores de la palabra para resolver angustias. Padres, maestros, adultos, gobernantes porque es la cultura preventiva lo que parece valer.

Padres formados, familias que conducen, limitan, aman y transmiten valores, escuelas que instruyen en Educación para la Salud (hay una Ley de Prevención Escolar inaplicada y aprobada por el Congreso en 2010), barrios que cuidan. O sea, una cultura adversa a lo que daña entre lo que está el consumo de drogas. En esto estamos perdiendo por goleada.

No valen solo los ejércitos ni las tropas de élite. Es la cultura como lo enseñaba el maestro filósofo Ortega y Gasset cuando decía: “El verdadero salvavidas en el mar bravío de la vida es la cultura”. El gran maestro M. Castiñeiras de Dios, quien me honró con su amistad, poeta excelso, cuando vio trabajos preventivos que organizamos con miles de personas me dijo lo que vale “es crear un sistema inmunológico preventivo social”. L. Cancrini, maestro en adicciones en Italia y Europa, visitando la Argentina al ver a miles de personas en teatros y escuelas me dijo a fines de los 90: “Se está creando un frente social preventivo; eso es lo que vale”.

Chesterton, filósofo inglés de excepción, enseñaba que la sabiduría junto a Gabriel Marcel, filósofo francés, que “la sabiduría es solo el sentido común”. Gramsci -neo marxista- decía que para dominar una sociedad solo había que cambiar el sentido común. Triunfó Gramsci: lo que daña no daña, sino que libera, aunque en realidad esclaviza, pero un continente de esclavos adoctrinados es manipulable.

Las drogas y su naturalización están dentro de un plexo cultural que se está ejecutando con frialdad en diversos países: individualismo, caída de la vida familiar, ocultar lo que daña (consumir estupefacientes) y transformarlo en una señal de libertad, despreciar lo viejo como arcaico y a los viejos como señal de autoritarismo cuando en la antigüedad los viejos eran transmisores de la sabiduría.

El autor de la columna es Director general de Gradiva - Rehabilitación en adicciones 


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