Estamos viviendo tiempos donde la conciencia va llegando a los diferentes campos de acción del ser humano. Desde los alimentos que ingerimos en el día a día, pasando por el bienestar físico hasta la paz mental. Caminamos la aceptación y la convivencia armónica de la diversidad de género, de crianza y educación. Los ámbitos laborales y relacionales están cada vez más atravesados por una perspectiva no violenta.
La muerte como parte fundamental de la vida, así como la despedida y el duelo están siendo foco de estudio, educación y tratamiento emocional y espiritual.
Hoy comparto una reflexión sobre el buen morir. Despejo primero la ilusión de evitar la muerte, ganarle a ella o pretender que pase desapercibida para quien la atraviesa. Morirse dormido no es anhelo suficiente para una humanidad que crece en conciencia y tanta transformación ha logrado al día de hoy.
Tomar consciencia sobre un asunto significa primero aceptar la realidad del hecho y en el caso de la muerte, aceptar la inevitable realidad de esta gran transformación que todo ser viviente atravesará más tarde o más temprano. En una segunda instancia la conciencia permite ampliar la mirada sobre el hecho y abrir la pregunta sobre cómo hacer que esta dolorosa transformación sea lo más amorosa posible.
Y aquí es cuando la cuestión del camino empieza a tomar relevancia. La muerte no es un hecho aislado del resto de nuestra manera de vivir. Si la soledad habita nuestros días, ¿por qué ilusionarnos con morir acompañados? Si el sistema alopático de salud habita nuestros días, ¿por qué ilusionarnos con no morir en una cama de hospital? Si vivimos deprimidos y ahogados en el sin sentido de una rutina vacía, ¿por qué ilusionarnos con morirnos en paz y llenos de amor y agradecimiento?
El camino hacia un buen morir, empieza tomando conciencia sobre cómo transformar tu vida hoy. Qué podés hacer ahora que tenés cuerpo, mente y emociones para morirte en paz mañana. El que en paz descansa, solo lo hace porque no tiene más pendientes; no porque no le queda más remedio que descansar.
Lo que quiero decir es que la muerte no trae paz por sí sola.
Más de una tradición ha enseñado que los pendientes, las heridas no sanadas, los anhelos no realizados, se pueden acarrear eternamente. En la actualidad lo comprobamos en las constelaciones familiares cuando vemos la transmisión de abusos intrafamiliares de generación en generación; lo comprobamos a través de las terapias de vidas pasadas cuando vemos que nuestras acciones violentas del pasado son la raíz de ser víctimas de otras situaciones violentas del presente; también lo vemos en terapia gestalt en la repetición de patrones de comportamiento que nunca nos llevan a obtener lo que necesitamos y nos vuelven a dejar vacíos y ansiosos.
En este instante te invito a respirar profundo y a recordar el momento más amoroso que hayas experimentado en tu vida. Una respiración más y multiplicá ese momento a la millonésima potencia, dejalo que se expanda en tu cuerpo, que ocupe tu mente y tus emociones. Ese amor que sentís ahora, ese amor sos vos. Vos sos el lugar de llegada después de la muerte.
Sólo tenés que ser capaz de recordarlo el día que te estés yendo. Por eso, si ese día le das la mano a alguien, lo mirás a los ojos; si ese día sentís un aroma conocido, la luz es cálida y tu mente no piensa; si ese día tu cuerpo se queda reposando en paz, alegre por el intento de todos tus sueños; tal vez tu corazón vuelva a recordar quién es, quién fue y quién siempre será.
El camino del buen morir, es el camino del buen vivir. Hoy tenemos la oportunidad de tomar las herramientas de autoconocimiento, transformación y sanación que la humanidad ha recordado y recreado, provenientes de tradiciones de todos los puntos cardinales y hacernos cargo de nuestros anhelos más profundos. Nadie nos salvará, nadie nos dormirá.
Solo nosotros tenemos la llave para vivir y morir en el amor que somos.
La columnista es terapeuta gestáltica. Podés seguirla en su cuenta de Instagram: sol.romeroacuna
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