Mburucuyá y los encuentros chamameceros que trascienden un escenario
LUGARES CON MAGIA12/02/2022María del Carmen Ruiz DíazDesde hace más de medio siglo se lleva a cabo a orillas de la laguna Limpia, en Mburucuyá (a 150 kilómetros de la capital de Corrientes), un festival que se denomina como el del Auténtico Chamamé Tradicional. Esta fiesta nació por iniciativa de un grupo de amigos que se juntaban cada tanto en guitarreadas y que, consideraron que era necesario extender ese espacio a través de un evento abierto al público. Además, buscaban así honrar a Santa Cecilia, patrona de los músicos. Este año, se realizó la edición 53º entre los días 4 y 6 de febrero.
En paralelo, hace un par de años se gestó otra “movida” chamamecera, una que no forma parte de ningún programa de actividades oficiales y están más emparentadas con esas primigenias guitarreadas, ya que conservan ese espíritu y se llevan a cabo en los patios de distintas casas del pueblo y parajes cercanos.
Quintaesencia tuvo la oportunidad de recorrer algunos de estos espacios y aquí te vamos a contar algunas de esas vivencias.
Uno de ellos, por ejemplo, se realiza en la casa de “Toté” Esquivel, donde el sábado del festival, desde tempranas horas de la mañana, comienzan a llegar amigos de la familia provenientes de distintos puntos de la región para compartir música, baile y platos típicos. Allí, a media a mañana comienzan a arder las leñas apiladas en un rincón, con la finalidad de comenzar a cocinar distintas exquisiteces de la gastronomía correntina.
Después comienzan los preparativos para el mbaipy (comida hecho a base de harina de maíz), guiso de arroz o de fideo, y el clásico asado.
También los sábados desde la media mañana, comienzan los preparativos en el campo de los Bonnet, en Loma Alta. En una charla con esta revista digital, José Miguel –dueño del lugar- dijo que todo comenzó casi por “casualidad”.
“Fue allá por la década del 90’ que tuve que hacerme cargo de las propiedades de la familia y comencé a venir más seguido a Mburucuyá”, contó el hombre que nació en Saladas, una localidad distante a 50 kilómetros, y que vivió por más de una década en España. “Comencé a relacionarme con algunos mburucuyanos, todos chamameceros como yo. Pero un día, mientras se estaba realizando el festival en el pueblo, conocí a una familia que estaba acampando en el cámping municipal y los invité a que se quedaran en la casa de la estancia familiar para estar más cómodos”, recordó.
“Así comenzamos a juntarnos y armar guitarreadas, a generar este espacio en el que compartimos música, comida y forjamos amistades”, puntualizó Bonnet.
Bajo los añosos árboles del lugar, año a año se juntan alrededor de 100 personas, muchos de ellos amigos de la familia y otros tantos, amigos de los amigos, pero todos son recibidos de igual manera: con los brazos abiertos.
Más de un centener de personas disfrutan del chamamé y platos típicos en lo de Bonnet.
Ante la consulta de cuál es la mecánica para cocinar para tanta gente, José Miguel contestó que muchos de los que asisten suman los ingredientes para preparar los distintos platos. “Mi aporte es el lugar, un poco de leña y convocar a algunas de las personas para cocinar. Nada más porque todos traen algo y además de lo que van a tomar”.
¿Y por qué decidió abrir las tranqueras de su campo para que todas estas personas sean parte de esta fiesta?, fue la siguiente pregunta, a lo que el hombre que fue uno de los promotores de la Cátedra Libre de Chamamé que se dicta en la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE), contestó: “Porque para mí es un disfrute compartir con tantos buenos amigos chamameceros este espacio, además de que se genera un ambiente casi familiar, de respeto y camaradería. Pero, también, creo que es una forma honrar a mi abuelo, que siempre fue muy generoso”.
Bonnet hizo una pausa en el diálogo. Y en el silencio, se le llenaron los ojos de lágrimas: “Tal vez su legado no dicho para mí fue ese, el compartir con todos, el no hacer distinción de ningún tipo para con nadie. Él, por ejemplo, en las fiestas de fin de año buscaba a aquella persona más pobre que estuviera en situación de calle, lo llevaba a su casa, lo bañaba y vestía y lo sentaba en su mesa para compartir el pan. Esa enseñanza creo que dejó una profunda huella y así, también busco recordarlo”. El silencio volvió a adueñarse de la charla y con el último trago de vino que le quedaba en la copa, miró al cielo y brindó por su predecesor.
Los encuentros en lo de Jensen
Los domingos, y desde también hace muchos años, los encuentros en el mediodía del último día de festival se realizan en el quincho de la casa de Juan Carlos Jensen, donde bajo la misma modalidad, los amigos aportan ingredientes para compartir distintos platos típicos, mientras algunos de los músicos que ya pasaron por el escenario del Festival o lo van a hacer, también comparten algo de su arte. A ellos también se suman otros tantos amateurs, que encuentran allí, una oportunidad para dejar su música.
Si bien el poeta y juglar chamamecero Juan Carlos Jensen falleció en el año 2018, el legado de seguir abrir su patio para que amigos y amigos de amigos sean parte de esta “enchamigada”, quedó a cargo de su hija Karin, quien, en este tiempo, se encargó de los detalles para su continuidad.
A la vuelta, en la misma manzana y frente a una de las dos plazas mburucuyanas, está la casa de Juan Cristian, primo de Juan Carlos, quien también abre las puertas de su patio para que, debajo de un nutrido parral, se comparta comida, música y amistad.
“Pasen y disfruten, siéntanse como en su casa”, dijo Enrique Cristaldo a Quintaesencia. Él junto a Verónica, hija de Juan Cristian, son los encargados de organizar esta jornada de guitarreada. Mientras sucedía la charla con el anfitrión, un allegado a la familia asaba un par de corderos a la estaca, aportados por un amigo habitué a estos encuentros, y se cocinaba en una gran olla negra, un exquisito guiso de fideos spaguetti.
“El dueño de casa se encarga de cultivar algunos de los ingredientes que se usan para cocinar acá, por ejemplo, en su chacra siembra mandioca y demás, que está reservado para este momento”, nos contó Gisela Medina, coordinadora de la Red de Cocineros del Iberá y amiga de la familia.
Juan Cristian Jensen cultiva en su chacra algunos de los ingredientes de los platos que se comparten bajo el parral.
De más está decir que el ambiente es familiar, que se comparte comida exquisita y se disfruta de la música ejecutada por excelentes chamameceros. Al salir del lugar, sólo queda agradecer la apertura y el corazón generoso de estas familias que así, contribuyen al fortalecimiento de valores tan genuinos que caracterizan a quienes habitan este suelo y que se contagia y multiplica, en ese dar y compartir.
Ya entrada la noche, las guitarras, acordeones y bandoneones se van acallando, muchos de los presentes van dejando los patios para casi como en una procesión devocional, se trasladan hasta el anfiteatro donde volverán a encenderse las luces y los parlantes permitirán amplificar los sonidos del auténtico chamamé tradicional, ese que enciende el alma y hace brotar al sapucay nacido de lo más profundo de las entrañas.