Lilith, Hechicera de las Sagradas Artes Amatorias

COLUMNISTAS 08/10/2023 Redacción Quintaesencia Redacción Quintaesencia
lilith

Silvana Musso

Dicen que parió tantas mujeres como fases de la luna. Algunos dicen cuatro, otros ocho y hay algunos que hablan de ella como la Diosa de los diez mil nombres aludiendo a que las variantes femeninas son infinitas.

Pero lo cierto es que La Gran Mujer Cósmica no parió solo a Eva, ni a Lilith, sino a miles de nosotras. Y esto lo hizo por una sencilla razón, sabía ella que la energía femenina no podía acotarse y tenía una infinidad de formas. La masculina tampoco, pero bueno, de eso no sé mucho… confío en que ya habrá otros que seguramente saben y se animen a hablar del tema. ¡Todo un tema!

Se perdieron muchos nombres de esta infinidad de mujeres que salieron de su vulva, solo nos llegaron los nombres de Eva y Lilith. Y la historia oficial las divide en la buena y en la mala, aunque las dos terminan siendo malas finalmente. Por suerte sabemos hoy que en el origen no había buenos ni malos, buenas ni malas, sólo energías, sólo deseos, sólo intenciones que van tomando su curso, a veces potenciándose, a veces en oposición, y así generan la infinidad de variantes que nos trae la vida. Maravilloso, por cierto.

De Eva se sabe mucho, aunque no todo es cierto, pero de Lilith muy poco. Fue muy mal tratada y criticada por la forma libre en la que siempre se movió y se dicen actualmente de ella cosas horrendas, comparándola con los demonios, si es que existen y ubicándola como una mujer cruel, engañosa y mentirosa que solo busca encantar a los hombres para robarles el semen y matar a sus hijos. Pero la verdad es otra, no crean todo lo que escuchan por ahí.

Para seguir con lo que les decía al principio, la Gran Madre Cósmica parió muchas mujeres, cada una muy distinta a la otra, sabiendo que en la variedad está la magia, y que cuanto más variadas seamos y mas distintas entre nosotras, más rica sería la especie humana y más riqueza encontraríamos en nosotros mismos. Al fin y al cabo, todo este cuento de

la vida no se trata más que de eso, de encontrar la infinita variedad en nosotros y transformarnos constantemente.

Y también creó infinidad de hombres, pero de eso, ya les dije al principio que no sé tanto, y lamentablemente del único que se habla es de Adán. Pero tampoco vamos a hacer de él el único responsable de todo, seguro que hubo otros hombres metidos en esta historia.

Lo cierto, es que, entre tantas, Eva era la más abocada a su rol de madre, y Lilith, a su rol de hechicera. ¡Y nos faltan tantas por encontrar todavía! Sólo sabemos que también las había doncellas, brujas… en fin, como ya dije una infinidad.

A Eva le encantaba estar con sus niños, parir uno y otro, ocuparse de cuestiones hogareñas, la comida, la casa, los hijos… mientras a Lilith le encantaba explorar el Paraíso, salir de aventura, andar sola y sobre todo, saborear y disfrutar uno a uno la variedad de hombres que el Paraíso brindaba. Ella se definía como Hechicera, Alquimista, ella sabía de la magia que generaba la unión de los cuerpos, la energía de creación que surgía del orgasmo. Y no le interesaba materializarlos en niños como a Eva, muy por el contrario, le gustaba llevar esa magia, esa alquimia a otros planos. A dejar que su mente y su cuerpo volaran al compás de la creación, de la gran fuerza Cósmica.

Su imaginación era infinita. Se fascinaba explorando cada milímetro de su cuerpo a solas o en compañía, y de explorar el cuerpo del otro. Hoy en día sería una amante muy codiciada, pero en realidad lo que ella hacía era mucho más que eso. Parte de toda su sabiduría perduró en lo que hoy conocemos como Sexo Tántrico y otra parte en el tan secreto y distorsionado Kamasutra, pero no son más que fragmentos de la gran sabiduría que Lilith iba almacenando en su cuerpo, en sus vivencias, en su alma.

De su ser salían cosas encantadas, canciones, poesías, dibujos, creaciones maravillosas, sorprendentes. Sus ideas eran únicas, asombrosas, su capacidad de crear era increíble. Cosas que hoy llamamos artes de las más variadas, eran los hijos e hijas que Lilith paría de sus encuentros amorosos.

Porque ella era una Hechicera de las Sagradas Artes Amatorias. Sí, podríamos definirla así. Las Artes Amatorias llegaron a ser su especialidad, y radicaban en su libertad. Libertad de movimientos en todos los sentidos, libertad con su cuerpo, con sus palabras, con sus tiempos. Ella no dependía de nadie, y nadie dependía de ella.

Muy distinta a Eva, por cierto, y muy pero muy amigas. Dicen que pasaban tardes enteras debajo del manzano charloteando sin parar, que fueron muy cercanas, acompañadas de la serpiente, que siempre andaba dando vueltas por donde ellas estaban. Si la serpiente hablara…, sabe tantas, pero tantas cosas… Es que sus charlas eran de una riqueza sin igual.

Lilith compartía sus últimos secretos, sus últimos descubrimientos, de todo el universo inexplorado de sensaciones y vivencias que provenían de adentro suyo, de ella misma, de sus sentires más profundos, y se estaba convirtiendo en toda una maestra en acompañar a otros y otras a explorarse de esa manera. Pasaba horas y días con ella misma, descubriéndose, conociéndose, buceándose… quizás podamos decir también que es la patrona y madre de las artes.

Y Eva le contaba de la enorme sensación de expansión y conexión con cada hijo que paría, con cada pujo (porque parir en esos tiempos era una experiencia mística, pero eso será tema de otro momento). Cómo en ellos, al verlos crecer, desarrollarse, sentía que sus manos se extendían y todo su ser llegaba más y más lejos. Y tan variados unos de otros y cómo así descubría su propia riqueza, su propia belleza, su propia infinitud.

Y sí, lo interno y lo externo, dos universos igual de bellos e inacabables. Eva se expandía hacia afuera y Lilith se expandía hacia adentro.

Claro, esos tiempos eran otros, nadie era dueño de nada ni de nadie, y nadie ni nada tenía dueño. Y así como las aves y todos los animales andaban libremente, y las aguas de los ríos fluían sin límites, así también los hombres y las mujeres, se amaban y se disfrutaban sin restricciones, sin celos, ni miedos, sin necesidad de poseerse.

Algunas como Eva no sentían deseo ni necesidad de variedad, con Adán estaba más que satisfecha, y otras como Lilith amaban saborear cada fruto del Paraíso. Pero sí, claro, eran otros tiempos. Por eso Lilith y Eva era muy amigas y se contaban y compartían de sus vidas sin envidias, sin

resentimientos, sin temores…como era en esos tiempos en que el Paraíso era la Tierra toda.

Pero ya sabemos, llegó el tiempo en que las cosas cambiaron, en el que Adán y Eva se distanciaron, en el que el tiempo dejó de fluir al ritmo de los ciclos y empezó a ser contado de una manera arbitraria y desordenada… y sí los tiempos cambiaron.

Y los problemas llegaron también para Lilith…

Dicen que un día como cualquier otro en el que Lilith estaba entregada a sus artes amatorias, Adán quiso imponerle que yaciera debajo de él a la hora de colocar su pene en su vagina, bueno, dicen que fue Adán. Pero tampoco vamos a hacerlo cargar con todo, quién sabe, seguro que fue otro, bastante ocupado estaba Adán en aquel momento en contar ovejas y en guardar manzanas y en discutir con Eva y en llevar la comida a su infinidad de hijos, como para también andar enredado con Lilith, podemos darle un descanso en esta parte de la historia.

Ese día fue crucial no sólo para Lilith sino para la humanidad toda. Y no fue una cuestión de posición, cosa en la que Lilith era una experta… fue otra cosa lo que pasó. Ese hombre por ahora sin nombre (ya el tiempo nos lo develará), quiso imponerse sobre ella, quiso penetrarla sin que sea verdaderamente su momento y su deseo… y a eso se reveló Lilith.

Y aclaro esto con mucho ímpetu porque nos han hecho creer que fue una cuestión de posiciones, cómo si eso realmente hiciera a la cuestión, quién arriba, quién abajo… No, no nos confundamos, fue una cuestión de intención, de voluntad, de querer poseer lo no que nunca antes había sido poseído… el cuerpo de la mujer. Porque hasta ahí Adán andaba sintiéndose el dueño de todo… pero nunca jamás se le había ocurrido ser el dueño de Eva… imposible ser pensado en esos tiempos.

Hasta que a este primer hombre se le cruzó esa ingrata idea por la cabeza. Pero lamentablemente Lilith no había sido la única, y muchas, por distintas razones se habían desconectado de su fuerza de hembras y si bien se habían resistido ya no sentían toda la fuerza de antaño y los hombres habían empezado a penetrarlas en contra de su voluntad. Claro, sin usar la fuerza, pero sí sin respetar sus deseos y sus tiempos.

Ya para muchas el arte de amar había dejado de ser un arte, para empezar a ser algo monótono, aburrido, rutinario. Y sus cuerpos un lugar donde los hombres cansados, fatigados por las largas jornadas de sembrar y arar la tierra descargaban la impotencia que sentían, la tristeza y la furia, para finalmente dormirse y así las mujeres no tener que aguantar sus enojos y malos tratos.

Pero a Lilith, si bien ella percibía que las cosas no estaban siendo como antes por sus charlas con Eva, todo este desorden no la había afectado todavía. Ella seguía viviendo al aire libre y durmiendo bajo las estrellas, y si bien la desnudez ya no era moneda corriente como en el Paraíso, ella pasaba largos tiempos desnuda en la selva o en los bosques, a solas o con algún amante que la acompañara y ahí sí vivía como entonces, sirviéndose de las bellezas de La Gran Madre.

En esta oportunidad todo había sido muy distinto, y muy confuso quedó en su memoria.

Recuerda ella que todo empezó como solía comenzar siempre. Dos cuerpos que por el roce se acercaban y empezaban a necesitarse más y más cerca todavía. Los labios que se habían empezado a buscar para rozarse suavemente, húmedos, carnosos, jugosos en besos cada vez más intensos y profundos. Las manos que danzaban lentamente hurgueteando cómplices recovecos en el cuerpo ajeno, desplazándose atrevidamente a zonas cada vez más oscuras y escondidas… Pero algo fue en el roce, en la intensidad, en el toque, que hizo que Lilith sintiera que su cuerpo se enfriaba… cuando de repente, se vio envuelta por los brazos de ese hombre de una forma brusca como nunca había sentido, que la incomodaba. Y entre la sorpresa y el asombro de esta situación inesperada buscó palabras para distanciar sus cuerpos, que cada vez eran unidos de una forma más violenta y desagradable. Palabras que fueron devueltas de una forma más brusca todavía. Y comenzó el forcejeo, los gritos… y con la fuerza de toda su concha escupió, araño, pegó patadas, hizo y deshizo como pudo para zafar de aquellos brazos, de aquella boca, de aquella espada furiosa que rasgaba su interior tenso y cerrado, oponiendo resistencia a lo que nunca debió suceder. Y pegó, pegó y pegó con toda su fuerza, arremetió con toda su furia, furia que jamás había sentido ni creía tener en su interior, pero el

ímpetu de ese hombre y su violencia parecía la de muchos, la de cientos, la de miles.

Finalmente, todo se acabó, todo terminó con gruñidos y sonidos que anunciaban el final de una forma muy desagradable… no fueron más que pocos minutos, que para Lilith quedaron en su memoria como eternas horas. El se fue, no sin heridas en su cuerpo, pero ella quedó desbastada.

El jugo que brotó de aquel pene chorreaba de una manera asquerosa por su vulva. Y lo que alguna vez para ella fue el zumo más sabroso de la más sabrosa fruta, se convirtió en breves minutos en algo espeso, nauseabundo y repugnante.

Y lo maldijo, y le deseó lo que nunca hubiera deseado, que nunca más tuviera la fuerza para erguirse, para entumecerse. Y lo maldijo, a él y a toda su descendencia, para que nunca más fueran capaces de entrar en lo más sagrado sin permiso, para que sintieran la humillación de sus penes flácidos y caídos, para que perdieran los encantos a los que habían renunciado al intrometerse por la fuerza… Y lo maldijo, claro que sí, que lo maldijo.

Pero los tiempos ya habían cambiado. Y él cuando llegó a la aldea, rasguñado y lastimado no se cansó de hablar pestes de ella. Que Lilith había enloquecido, que el demonio (¿demonio?) se había apoderado de ella… que había que cuidarse, que lo había encantado con sus cantos y belleza para después poseerlo de una manera atroz y lastimarlo. Tanta cosa dijo, pero tantas que, en aquellos tiempos confusos, muchas se creyeron.

Y Lilith que siempre había sido más solitaria, cuidó sola de sus heridas y sus miedos. Algunas mujeres salieron en su ayuda y la buscaron por los bosques y la selva, pero no la encontraron. Muchas otras se quedaron en la aldea, confundidas, aturdidas, sintiendo un gran dolor en sus barrigas, pero sin fuerza, sin fuerza para salir en su ayuda.

Y así fue, que Lilith juró y se juró no volver a confiar en ningún hombre, para desgracia de ella y de ellos. Se juró no volver a abrir su vulva carnosa a la daga filosa, porque eso empezó a ser para ella, una daga filosa, un arma mortal y ya no más un pene erecto, maravilloso y potente sobre el cual cabalgar libre con el pelo suelto y los pechos al viento. Ya no más largas noches y madrugadas de besos bajo un cielo estrellado, ya no más de tantas cosas.

Y con el paso de las semanas y los meses su vientre se fue ensanchando. Descubrió que un nuevo ser se engendraba en ella… y lo despreció como nunca había hecho antes. Porque no es que Lilith no hubiera tenido hijos, los hijos muchas veces eran los frutos mágicos de sus encuentros alquímicos, pero su destino no era el de madre, así que ni bien los niños dejaban su pecho para ir a las frutas, ella volvía a andar sola por los bosques y las selvas… y los niños quedaban al maravilloso cuidado de otras de sus hermanas que como Eva amaban corretear tras los cachorros.

Y sí, era así en esos tiempos, como nada tenía dueño, los niños tampoco cargaban con el candado de un apellido que cerraba el portal sagrado de sus madres. Los niños eran solamente eso, cachorros felices al cuidado de todos. Hasta la solitaria Lilith disfrutaba pasar tardes con los niños corriendo mariposas y contando peses en las lagunas.

Pero este niño era distinto, porque no era fruto del deseo. Ojo, que no estoy diciendo deseado… ningún niño era deseado, a nadie se le ocurría andar deseando niños, era como desear manzanas o conejos, ellos solo ocurrían y cuando ocurrían siempre eran bienvenidos, agradecidos y tomados como bendiciones. Pero los niños siempre habían sido el fruto del deseo, siempre habían sido creados desde el deseo, ese deseo que hacía que los cuerpos se unieran en uno, ese deseo que hacía que las plantas florecieran y dieran lugar a los frutos. Sí, del deseo, del más genuino deseo, de ese deseo libre, de esa emoción que se siente irrefrenable, pasional, incontrolable…

Y fueron muchos los hijos no deseados. Para muchas el deseo se fue apagando, pero a Lilith le fue arrebatado de un solo golpe, de un solo intento. Y así fue como ese niño fue el primer niño rechazado por su madre, que jamás sintió el calor de sus brazos ni el dulzor de sus pechos.

Lo parió sola, y la pucha que dolió. Y una noche de tormenta, aferrada a la rama de un árbol, con el agua que corría entre sus pies… y en el barro, hizo fuerza, mucha fuerza para que finalmente saliera ese monstruo de su cuerpo. Hizo una fuerza que desgarró su vulva y sus entrañas, hizo una fuerza de desprecio, de odio, de impotencia. Y se perdió así la mágica fuerza que abre los portales a la vida. Y parió con dolor, con mucho dolor.

Ni siquiera quiso mirar su rostro, y como un gato a escondidas en la noche lo dejó abandonado en la aldea. Si lo hubiera visto, y hubiera dejado que su mirada se encontrara con la de aquel pequeño, quizás parte de su herida hubiera sanado... no sé, digo, quizás otra historia hoy les contaría.

Y desde entonces Lilith, La Hechicera de las Sagradas Artes Amatorias, deambula sola en las noches sin rumbo, con la mirada perdida, sintiendo el dolor de su vientre seco, que ya no es capaz de parir nada de nada, sintiéndose vacía.

Y como ya he dicho, pestes se hablan de ella. Y cada vez que un nuevo hombre se entromete atropellando e irrumpiendo en lo más íntimo y sagrado de una mujer… muchos osan decir que eso ocurre porque Lilith se apoderó de ella. Y se repiten las mentiras y los engaños, tratando de hacernos creer, que esa mujer vampira, endemoniada lo provocó y lo sedujo, que ella lo encantó con su canto y su belleza… cuando en verdad una vez más Lilith se anuda en ellas, esa Lilith a la que le fue arrebatado su canto y su belleza.

Sí, así me han contado que fue y así sigue siendo. Miles de Lilith cada día son asesinadas, miles de Lilith cada día son silenciadas por el miedo, miles de Lilith cada día son ultrajadas, abusadas, violadas… miles de Lilith cada día pierden su voz, sus sueños y su libertad.

Pero algunas han dejado de esconderse y de vagar solas por los bosques y la selva y se están animando a volver a la aldea lastimadas. Y otras muchas han dejado de creer en los demonios y reciben a sus hermanas en sus casas para ayudarlas a sanar sus cuerpos y su alma… Y muchos hombres están saliendo del silencio y por ahora… acompañan.

Y esta vez sí que estoy confiada en que llegará el día en que Lilith vuelva a correr libre y sin miedo, y podamos cada una de nosotras disfrutar de nuestro cuerpo y alma, y no temer más a nuestros cantos y belleza, y no creernos más endemoniadas.

Seguramente ese momento ya no está tan lejos, y Lilith ya no está tan asustada… porque esta vez han salido las mujeres de la aldea a buscarla, con el firme propósito de no volver hasta encontrarla.

La autora es Psicóloga – Terapeuta Gestáltica. Sexóloga Clínica y Educativa. Sacerdotisa de la Diosa. Coordinadora de la Escuela de Brujas Magia Circular. Facilitadora de Círculos de Mujeres. Cantautora de Cantos Sagrados Femeninos (Spotify y Youtube). Instagram: @silvana_musso.


aporte económico

Te puede interesar

Recibí buenas noticias, buenas historias en la bandeja de entrada de tu correo.